Saint Seiya - Saga del Santuario
CAPITULO XIII
LAS PUERTAS DEL INFIERNO
Antes de separarse, entraron juntos en la Casa de Cáncer y al hacerlo, Seiya hizo un descubrimiento que lo dejó paralizado: su interior estaba tapizado por los rostros de malogradas personas. Su disgusto fue aún mayor, cuando el Caballero de Cáncer le explicó de dónde provenían esos rostros. Le dijo que correspondían a gente que él mismo había asesinado. “Son mis medallas”, manifestó con un cinismo exasperante.
Al mismo tiempo que escuchaba esas crueles palabras, el Pegaso cayó en cuenta que entre los rostros expuestos también había algunos pertenecientes a niños y eso lo encolerizó aún más. Cuando Seiya se disponía a actuar, fue detenido por su compañero, quien le solicitó que cumpliera lo que antes habían establecido. Mientras que Shiryu -privado de la visión y conmovido por lo que había escuchado -, se preparaba para enfrentar al indigno Caballero, Seiya partía rumbo a la Casa de Leo.
Dominado por la furia, el Caballero del Dragón tomó la iniciativa y lanzó un tremendo golpe contra Cáncer, sin poder alcanzarlo. La respuesta de Máscara Mortal no se hizo esperar. En un rápido movimiento ejecutó su técnica Capas de la Muerte y envió a su disminuido rival hasta las mismísimas puertas del infierno.
Cuando Shiryu recuperó el conocimiento, observó que Hyoga, acompañado por una legión de personas, marchaba hacia un precipicio. Una vez que intentó alcanzarlo, surgió una imagen de Atenea que le hizo una advertencia que le salvó la vida. “Si avanzas hacia ese lugar - le dijo - nunca más podrás regresar”.
Gracias a la intervención de Atenea y ante el asombro del Cabal lero Dorado, nuestro héroe volvió a la vida. Contrariado, Cáncer efectuó un nuevo ataque, aunque esta vez con un resultado imprevisto. Debido a la violencia de su propia técnica, el agresivo personaje fue absorbido, quedando él y Shiryu en las mismas puertas de la muerte, donde se dispusieron a combatir.
En ese instante, antes de comenzar la lucha, Shiryu le manifestó a Mascara Mortal que era un sujeto indigno de portar armadura y considerarse Caballero. Sus dichos confundieron al Caballero Dorado, quien observó absorto como, tras recibir un golpe en el brazo enviado por el Dragón, su propia armadura abandonaba su cuerpo dejándolo expuesto.
Demostrando una vez más su hidalguía, Shiryu no aceptó librar batalla en una pelea que resultaría desigual y se despojó de su Armadura de Dragón. Lejos de conmoverse por el gesto de quien era su adversario, Cáncer aprovechó esa nueva oportunidad para atacar de inmediato y con su acción, consiguió enviar al compañero de Seiya hacia el Valle de los Espíritus. Sorprendido, Shiryu alcanzó a detener su caída aferrándose de una roca, hasta la que también llegó su adversario con la maligna intención de rematarlo. Cuando Cáncer se disponía a cumplir su cruel propósito, fue rodeado y atacado por cientos de espíritus que, sedientos de venganza, habían encontrado la oportunidad para vengarse de quien tanto daño les había causado.
Pero la pesadilla aún no había concluido. Cuando parecía que estaba irremediablemente perdido, el Caballero de Cáncer se deshizo rápidamente de todos los espíritus que lo hostigaban y comenzó, al mismo tiempo, a golpear con inusitada violencia a Shiryu. Desbordado por los envíos de su rival, el Dragón alcanzó a ver la imagen de Atenea. Su guía lo instaba a no darse por vencido y elevar su Cosmo, para así, poder golpear al terrible personaje. Asistido porAteneay recuperando la confianza, Shiryu impactó de lleno a Cáncer, quien, al ser alcanzado, se precipitó sin remedio hacia el Valle de los Espíritus. Extenuado por el duro trance que acababa de pasar, el Dragón perdió el conocimiento.
Cuando reaccionó, sintió una presencia amistosa a su lado. Era Shun, quien dió rienda suelta a la alegría que le producía ver a su amigo recuperado. En ese preciso instante, Shiryu hizo un descubrimiento que lo estremeció: había recobrado la visión. Su emoción fue aún mayor cuando, a lo lejos, escuchó la voz de su maestro que le decía: “Gracias a Seiya ye! agua de la vida, y también a los cuidados de la bondadosa Sunrey, has restablecido la vista. Para que ello sucediera, en un extraño fenómeno, tu Cosmo se unío con el agua, en el momento que lo elevaste para derrotar a Máscara Mortal”.
Tras el grato y esperado acontecimiento, que ahora permitiría a nuestro héroe combatir en igualdad de condiciones contra los servidores del Mal, los dos inseparables guerreros abandonaron la Casa de Cáncer, para dirigirse, sin perder tiempo, a la de Leo donde ya estaba el valeroso Seiya.
Cumpliendo su designio de luchar por salvar la vida de Atenea, el Pegaso estaba frente a frente con Aioria. Sin vacilar, Seiya le expresó al Caballero de Leo que tenía la intención de aclarar algunas dudas que conservaba acerca de él, pero que, por sobre todas las cosas, le urgía llegar a la siguiente Casa, la correspondiente a Virgo.
Con autoridad, Aioria le manifestó que nadie pasaría por la Casa que él ocupaba, sin antes vencerlo. Molesto por su actitud, Seiya le reciiminó que no estuviera en el sendero del Bien, tal como se había comprometido con Saori, cuando ésta se le reveló, sin dejar lugar a dudas, como la Indiscutible encarnación de la Diosa Atenea. Como toda respuesta, el Ca ballero de Oro inició una feroz seguidilla de ataques. Forzado por las circunstancias, Seiya comprendió que debería combatir nuevamente con el Caballero de Leo.
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Pierre Gunsett.
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Revisado: 22 de Diciembre de 2001.