Saint Seiya - Saga del Santuario


CAPITULO XVII

LAS ROSAS DE LA MUERTE

Antes de ¡ngresar a la Casa de Piscis, Shun le recordó a Seiya el escaso tiempo restante, y le pidió que siguiera hasta la Sala del Maestro. Mientras, él se enfrentaría con el Caballero de Piscis. Seiya aceptó y, al ingresar a la Casa, Andrómeda intentó distraer a Afrodita para que el Pegaso pudiese pasar. La maniobra no dió resultado debido a que Piscis lanzó una rosa roja camino a la Casa del Maestro. Cuando Seiya intentó cruzar por allí, todo estaba invadido por rosas, las que, multiplicadas, provocaron el desmayo del Pegaso.

Frente a frente con Afrodita, Andrómeda recibió el primer ataque del Caballero Dorado, denominado “Rosas Negras”. Gracias a su destreza en el empleo de las cadenas, Shun pudo defenderse y, en una hábil maniobra, logró golpear a su rival. Afrodita pensaba que Shun para combatir y defenderse, sólo se valía de sus cadenas. Por esta razón, reiteró su ataque. Con su nueva agresión, Afrodita logró romper la Armadura de Andrómeda y eso, lejos de favorecerlo, lo perjudicó.

Creyendo estar ante un Caballero totalmente indefenso, Piscis se descuidó, permitiendo que Shun lo atacara, provocando una corriente de nubes que amenazaba con convertirse en feroz tormenta. Lejos de estar definitivamente perdido, Afrodita aún conservaba otra jugada. Sin dudar, lanzó su ataque “Rosa Blanca”, al tiempo que Andrómeda hacía lo mismo, enviándole su “Tormenta Nebular”, con el claro propósito de vencerlo definitivamente.

Por desgracia, la rosa disparada por el enemigo había impactado de lleno en el pecho de Shun, clavándose en su corazón. Andrómeda sabía que cuando la flor se tornara roja, moriría desangrado, ya que esa era la característica del ataque del cruel Afrodita. El luchador aceptó resignado su fin, manteniendo la secreta esperanza de que Seiya, superando todos los escollos, pudiera seguir adelante.

El infortunado Shun ignoraba que el valeroso Pegaso yacía entre las rosas que, por doquier, invadían el lugar. Cuando todo parecía perdido, una vez más, apareció Marin. Sacándose su máscara, la guerrera la colocó sobre el rostro de Seiya. Lo hacía con la intención de ayudar a que se recuperara, para así poder cumplir con la misión encomendada.

Tras ayudar a nuestro héroe, la Guerrera del Aguila se desvaneció. Al reaccionar, Seiya comprendió rápidamente lo ocurrido y, cuando se disponía a juntar fuerzas desde lo más profundo de su ser para lanzar su meteoro y acabar con las rosas que tantos problemas estaban causando, se presentó Shina. Tras prometerle que cuidaría de Marin, Shina le dijo a Pegaso que fuera en busca del Maestro.

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Pierre Gunsett.
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Revisado: 22 de Diciembre de 2001.